Después de tres años nos volvimos a ver y ambos nos seguíamos viendo exactamente igual como cuando nos dejamos de ver. Dijiste que yo estaba igualito y yo te dije que estabas igualita, con tus lentes y tu cara de niña. Cuando te dejé de ver eras una niña que se divertía con aventarme pequeñas hojas que arrancabas en la acera cuando regresábamos de la iglesia.
Ambos en la puerta de tu casa despidiéndome y tu madre sentada en un sillón de la sala dándonos la espalda, cuidándonos de ella pues en cualquier momento podría voltear y vernos tomados de las manos, nuestros rostros y labios demasiado juntos y hablando casi en secreto. Decías que si ella nos veía así me colgaba. No lo dudo, o al menos lanzaría un grito y me echaría de tu casa pues es demasiado persignada.
Durante todo el tiempo que estuve en tu casa, en realidad platiqué más con tu madre que contigo y se me hacía descortés decirle que si me podría quedar a solas contigo, incluso me vino la idea de salirnos sin decirle nada a cualquier lugar lejos de tu casa.
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